Not Walking, por LeMarek

domingo, 20 de abril de 2008 |

Sucede a veces que un texto vuelve a salir del cajón de sastre donde reposan los recuerdos. Sucede que vuelve para recordarte a María, que me dio la posibilidad del exilio en Málaga, desde donde escribí estas líneas. Sucede que vuelve Pablo a la mamoria, para honrar al primero en mostrar sentimientos ante banales palabras.

Recuerdo lluvia, mucha lluvia, entre Not Walking y Not Stop. Recuerdo imágenes, palabras, abrazos, lágrimas... Hasta que llega un momento en el que apenas recuerdo nada. No recuerdo...


Not Walking


Cumbre entre nieblas, Andrew LeMarek. 2006


[Sucede que me canso de ser hombre...] Neruda, “Walking Around”.


Sucede en ocasiones que no sabes a dónde ir, hacia dónde dirigirte; no sabes a quién recurrir en esos momentos en que el mundo se derrumba a tus pies y sientes esa penosa mezcla de indiferencia e incertidumbre. No sabes hacia dónde dirigir tu mirada cuando delante se cruza alguna imagen que no quieras ver, algo que recuerde lo que pretendes esconder en el olvido.

Ocurre a veces que no encuentras el horizonte, que tus aspiraciones se difuminan a los pocos segundos de ver la luz. Momentos en los que la única esperanza es ver pasar los días, descontar 24 horas del calendario de la vida cada vez que cierras los ojos para dormir. Observar el mundo sin más ilusión que esperar que llegue el día en que todo cambie, sin hacer nada por conseguirlo, sin metas...

Puede ocurrir que te sientas abatido, que creas que la vida es un castigo merecido, que parezcas irrelevante en la inmensidad de un mundo creado para ellos, donde tu opinión no opina y tu palabra calla eternamente. Observas por la ventana y ves un universo tan infinito que tu presencia no luce y tu ausencia jamás será objetada, por nadie. Te sientes triste.

Sucede que sientes que ya lo has hecho todo, que no quedan objetivos por cumplir, y que los propósitos alcanzados no son suficientes para dejar huella en ese universo infinito. Sucede que te sientes vacío por dentro y absurdo por fuera. Crees haber malgastado esfuerzos inútiles en creer a los demás, en hacer felices a quienes ahora te vuelven la cabeza y te dan la espalda. Piensas en viejas canciones; antes himnos, ahora palabras vacías arrastradas por el viento, promesas incumplidas, mentiras eternas. Observas con resignación a quienes antes decían ser tus amigos y ahora te miran por encima del hombro. Incluso puede suceder que alguno intente cegar tu imagen para que la conciencia no lo obligue a acercarse, a preguntar por tu esperanza, a enmascarar su displicencia.

Ocurre en ciertos momentos que tu amor se ve desagradecido, que observas impotente cómo quizá le das demasiada importancia a los demás, cómo el error es depender del amor de las personas amadas. Sucede que el odio es un arma desconocida para ti, que no sabes usarlo ni encajarlo cuando la corriente te lleva al borde del abismo. Te das cuenta de que realmente el odio es un valor, importante valor humano.

Sucede que te hundes en un infierno de ansiedad y de ceniza, que te aterra el olor a soledad del precipicio, que no puedes curar la herida abierta por el quiebro y cubierta de vinagre y sal por el olvido, que hoy no puedes agarrarte al brazo de quien ayer te ofrecía su vida. Sucede también a veces que al tragar saliva aparentas devorar tu fantasía, que poco a poco se va rompiendo el puzzle mental de la sinrazón, que observas aterrado la evaporación de los sueños anhelados.

Sucede que la vida te azota sin compasión dejándote vivir día a día, que incluso te atreves a plantarle cara, a desafiarla…


[…No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero cuando la lluvia cae sobre el Botánico
aquí se quedan sólo los fantasmas.

Ustedes pueden irse.
Yo me quedo.] Benedetti, “A la izquierda del roble”



Andrew LeMarek, abril 2004